jueves, 15 de mayo de 2014

Les miro las caras.

Siempre he hecho algo que a las personas les resulta incómodo: les miro las caras.
Me gusta mirarle la cara a las personas cuando conversamos, aunque sea de algo irrelevante, pero cuando alguien me ha hecho algo molesto o desagradable me gusta mirarlos aún más.

Es una pésima costumbre, porque además es bastante arbitraria y carga de prejuicios -mis prejuicios- a los observados.

Hay un procedimiento y es que los observo detenidamente, miro los detalles de esos rostros conocidos o desconocidos y empiezo a hacerme una idea general de cómo son. No me fijo en absurdos detalles como el color de piel u ojos o el tamaño de alguna parte de la cara en especial. Me importan poco las proporciones de las partes que componen esa cara, sin embargo me fijo en cada detalle.
¿Qué detalles?
Importan las arrugas, la posición de ellas en la cara.
Importa la profundidad de las arrugas, la forma en que se disponen entre ellas.
Importa la forma en que miran los ojos: mirar de frente o rabillo es bien distinto.
Importa la posición de la cara. Cómo se acomoda -o no- sobre el cuello.
Me importan los detalles que dicen cosas interesantes, los que dicen, no las superficialidades...

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